martes, noviembre 7

UNA PEQUEÑA GRAN ENSEÑANZA


...Había decidido ese fin de semana no volver a la ciudad, sino aprovechar el Domingo para visitar la Comunidad Nativa Asháninka de “Pampa Michi” en Perené, sólo con la idea de conocer su cultura y modo de vida, apreciar su artesanía, danzas y la forma como construyen sus viviendas de madera y paja, que a lo largo de la carretera se encuentran diseminadas causando admiración por sus diferentes formas y belleza que conjugan con la exuberancia de la Selva Central. Pasamos la mañana extasiados en sus trabajos manuales y tomando fotos a los niños con su vestimenta (una especie de túnica) marrón; el calor arreciaba tanto, que era preciso un poco de “masato” y sentir la frescura de sus ambientes de paja mientras escuchábamos el relato de César, uno de los nativos que casualmente encontramos, quien muy amable y con pasión relataba algunas crónicas de cómo (suponían) había tomado el nombre dicho lugar: “... dicen algunos que se debe a qué cuando los colonos se posesionaron de estas tierras tres de ellos Mitchel, Silva y Waley fueron los que cogieron las partes mas planas a la vera del Río Perené y que luego los lugareños al instalarse las identificaron como Pampa Michi (Mitchel) Pampa Silva y Pampa Waley...”. Había instantes en el que el relato se interrumpía, pues los niños luego de cumplir su faena (la larga secuencia de fotos para los visitantes), pululaban explorando los objetos extraños de éstos; pero el que llamaba la atención era el hijo de nuestro interlocutor, un niño de dos o tres años que con desesperación buscaba algo y mascullaba estas frasecitas: “...done eta´ cutillo pa´ atún de gatito?, done etá...?”. Tratabamos inútilmente de descifrar esas palabritas, hasta que Jairito ingresó raudamente a la cocina, salió y pasó como una saeta llevando en las manitas un objeto filudo. Su padre lo siguió pues podría hacerse daño.Afuera, tras un arbusto bajo una piedra estaba una portola, que “gatito”, un niño nativo, con las propinas de los turistas compró y ávidamente escondió dentro de su polito. En segundos, de tres sitios distintos, tres niños se unían al pequeño, cada uno llevaba un objeto en la mano. Manuel soltaba el producto amarillo de su cosecha individual: un limón; Jairo el cuchillo, Pepito un tapper de plástico y “gatito” dueño de la conserva esperaba impaciente y tenía una bolsita de sal que había tomado de su chocita. Sentimos una gran alegría y emoción al ver tan hermoso cuadro, era la realidad sin máscaras, la inocencia no rota, la bondad no dañada y la solidaridad imperante. Cuatro niños que esperaban impacientes que el padre de Jairo abra la lata y prepare con lo reunido su exquisito refrigerio. El tazoncito en una suerte de ruleta, iba pasando de mano en mano cada vez que uno de ellos probaba un bocado de su manjar, no se observaba que discutieran, aún cuando el más pequeño tomaba un poco más. ¡Que gran enseñanza de valores! pensaba en mis adentros que la civilización con ese aparato cuadrado de imágenes, todavía no había dañado estas cabecitas. No les había enseñado aún las peleas entre hermanos, el egoísmo, la vanidad, ni los vicios. Era en si una pequeña gran enseñanza y una esperanza. En una comunidad Asháninka, parte de nuestra Selva Central.

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